en los pasillos de un super

Dudaba entre coger un manojo de cebollas o llevárselas ya cortadas y empaquetadas en una bolsita. Optó por el paquetito, menos faena en la cocina. “…in the hardest part….lalala” la música le producía pequeñas vibraciones en los oídos. Alargó la mano para añadir a su cesta de la compra una bandejita de minúsculos tomates, 68 céntimos de Libra, no está nada mal, hay que ahorrar. Y de repente, le pareció reconocer las frases que escuchaba a sus espaldas, agarró el auricular izquierdo y destapó su oreja, giró suavemente el cuello y echó un vistazo a quién tenía detrás: españoles de pura cepa. Su mirada se encontró con otro par de ojos y sintió un cosquilleo. Por un momento se quedó en Babia, observando: pelo largo, ondulado, castaño, ojos marrones, alto, aparentemente despreocupado… Quiso decirle algo, cualquier tontería: “ey, españoles , verdad?” pero esa fase ya había pasado, demasiados meses en ese país como para fingir que se sorprendía. No se sorprendió de que fueran españoles, se sorprendió de que por primera vez en muchos meses un desconocido le provocara esa sensación. Los chicos enfilaron el pasillo de las frutas y la dejaron en su nebulosa de indecisión… Cogió dos lechugas que no necesitaba y recorrió todo el supermercado cogiendo cualquier cosa conocida de los stants, mientras intentaba volver a encontrarse con ellos (con él). No hubo suerte y fue a caja, pagó con la HSBC, echó la firmita y se fue… Estoy segura de que esa chica sigue pensando ahora en él.