¿Cómo maduran las personas que nunca tienen problemas? Es algo que me pregunto últimamente. Se supone que uno “se hace mayor” (o le hacen) a base de errores, tortazos, desengaños… Sufrir es intrínseco a vivir, condición necesaria. Es imposible no llevarse desengaños, estar triste a veces, ver cosas que hubiera sido mejor no ver, saber cosas que hubiera sido mejor no saber… Todos, absolutamente todos, a nuestra edad hemos tenido que pasar por algún bache que haya durado más que un instante, unas horas… algo como una “mala racha”. Pero me sorprende, me sorprende conocer a ciertos individuos que, a mi edad, no pueden reconocer esos momentos, porque que no me jodan, ¡los han tenido seguro! pero creo que son tan superfluos, banales, vacíos… que ni saben (ni quieren) reconocerlos. Viven en una nube azul, o verde, o rosa, pero vamos, sin tocar tierra, protegidos por sus padres (económicamente y emocionalmente) de tal sobremanera que esta gente se encuentra como en un camino eternamente iluminado, con letreritos de hacia dónde dirigirse: ahora derecha, ahora izquierda; con valores morales ya establecidos: esto está bien, esto mal; con un futuro escrito: y tú de mayor trabajarás en la empresa de papá y, con un código de conducta aprendido por activa y por pasiva. De tal manera que se convierten en títeres, la imagen de quienes les pusieron en este mundo. Sin carácter o sin el valor suficiente para autoanalizarse y rebelarse y decir: NO. No llegan a conocerse porque ellos creen ser lo que la gente les dice que son. Se crean a sí mismos según un reflejo: los que están a su alrededor y tiene algún tipo de “poder” sobre ellos se convierten en espejos que les muestran cómo les ven y éstos (los individuos abobados) se construyen a medida para que el reflejo encaje en el patrón que han elegido para ellos. Quizás estos “corderitos” de granja sean más felices pues necesitan reflexionar menos y elegir entre menos opciones, pero se están perdiendo la libertad de escoger la hierba en la que pastar.